Ciencia y política se necesitan

Más allá de la discusión habitual sobre el tratamiento de la política como ciencia, la terrible pandemia que estamos viviendo ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de racionalizar, justificar y motivar adecuadamente cada una de las decisiones que adoptan los Gobiernos y Administraciones Públicas en la gestión de la pandemia. Sobre el particular, no está de más recordar la obra de Max Weber, “El político y científico” de calado en la materia y evidente actualidad.

Si este aspecto es visible en la imprescindible gestión diaria de la pandemia, igualmente se hace necesario en la totalidad de las decisiones que afectan a la ciudadanía en un mundo complejo y ciertamente globalizado en muchos aspectos técnicos, jurídicos o económicos.

Para ello, la ciencia, el estudio de los datos reales y el rigor interpretativo de cada cuestión y decisión juegan un papel imprescindible en nuestros días y en la adopción de decisiones de protección del interés público. En dicha tarea puede llegar a resultar desalentadora la observación de prácticas políticas meramente basadas en el análisis de mercados electorales, mediante titulares populistas y genéricos o en el lanzamiento a las redes sociales de proclamas vacías a golpe de “tweet” sin contenido político o programático alguno.

La motivación de las decisiones públicas – y también, por cierto, de las decisiones de las entidades privadas- exige, más que nunca, rigor técnico y una interpretación científica de la realidad de los hechos, que motive las razones de una opción frente a otra, soslayando arbitrariedades y vacíos o lagunas sobre cada opción. Más si cabe, cuando nos movemos en terrenos claramente resbaladizos, con afección directa a sectores económicos y limitaciones significativas en materia de derechos y libertades. Sin pretensión sistemática en estas líneas, abundan a nuestro alrededor los ejemplos de opciones o posibles decisiones sobre políticas ambientales que quizás precisen de un mayor análisis.

Como ejemplo significativo, parece que pocos dudan en la actualidad de la necesidad de profundizar en la transición hacia las energías renovables, abandonando el uso de los combustibles fósiles no renovables. Sin embargo, pocos gobiernos y empresas energéticas ponen negro sobre blanco para concretar cuáles son las fórmulas y técnicas de generación energética con menor impacto ambiental o que prescindan, en su mayor parte, de materias primas no renovables. Cualquiera de nuestras facturas mensuales de consumo energético suele venir apodada con el apelativo de “energía verde”, sin que sea posible descifrar el carácter “verde“, “azul” o “marrón” de la energía en cuestión y su procedencia. La apuesta por el vehículo eléctrico puede suponer mejoras notables en la materia, siempre y cuando se nos aclare si la energía eléctrica que mueve dichos vehículos procede, efectivamente, de fuentes renovables.

Otro ámbito de amplia mejora en el análisis y en la toma de decisiones sigue siendo el de la energía nuclear. Muchos países y empresas siguen apostando por las centrales nucleares como método de generación de energía, incluso apelando a su carácter presuntamente ecológico. Sin embargo, ninguno de los anteriores presenta, a día de hoy, una solución técnica eficaz para el tratamiento y gestión de los residuos nucleares y sus eventuales impactos a futuro.

Tampoco hay grandes dudas sobre el tremendo impacto ambiental del plástico en nuestros ríos y mares. Bien es cierto, no obstante, que la propia pandemia viene demostrando la utilidad y necesidad del plástico, especialmente para determinadas funciones imprescindibles en hospitales, quirófanos, industria farmacéutica, laboratorios y en multitud de aplicaciones en nuestra vida diaria. El problema central no es el plástico en sí mismo, si no, especialmente, el necesario tratamiento y gestión de los residuos plásticos en su conjunto evitando, por supuesto, su vertido a las cuencas fluviales y al mar. Dicho vertido, como es conocido, está prohibido y sancionado por un ordenamiento jurídico que sigue sin cumplirse en muchos lugares. Basta citar, a tal efecto, la existencia de una “mancha” flotante de plástico a la deriva en el Océano Pacífico cuya dimensión se aproxima a la superficie de Francia. Claro que también hay ejemplos de lo anterior mucho más cerca de nosotros.

En estos y en muchos otros ámbitos, la Ciencia y el conocimiento son imprescindibles para tomar decisiones y para que una sociedad moderna y sostenible sea consciente de sí misma y del carácter complejo de los problemas que nos rodean. Hay quien quiere correr más rápido con una búsqueda rápida en “Google” o un agudo “tweet” que se multiplica en las redes, pero la realidad demuestra que cualquier solución a nuestros múltiples retos y dislates pasa por la inversión en educación, ciencia, tecnología y conocimiento aplicado. No es tiempo de atajar por vericuetos de hielo, si no de asentar huella, lenta pero segura, en tiempos de dificultad e incertidumbre.

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